José Calvo Poyato: «Si Jorge Juan fuera inglés, hoy tendría doce películas»


La riqueza de una nación no se mide solo en la balanza de pagos o el producto interior bruto. La riqueza de un país –o su ausencia– reside también en su lengua, en su historia y en su carácter, aspectos todos más o menos mensurables. Pero, sobre todo, la riqueza de un país reside en sus héroes.

¿Quién queda entre nuestros jóvenes que sepa del Cervantes heroico, no solo del escritor? ¿Quién que sepa de las hazañas de Blas de Lezo? ¿Quién que sepa que la misma sangre que corre por sus venas se derramó en las cuatro esquinas del mundo?

Y no hablemos ya de Jorge Juan, ese al que, con fortuna, algunos le asignarán una calle en Madrid, y poco más.

Cuando le pregunto a José Calvo Poyato (Cabra, 1951), Catedrático de Historia y novelista con quince títulos a sus espaldas, por qué escribir una novela con Jorge Juan como protagonista, lo hago con cierto asombro. Lo comercial demanda otros derroteros, pero Calvo Poyato tiene muy claras sus razones. «Son dos –dice–. La primera es que Jorge Juan es uno de los máximos representantes de toda una generación de jóvenes marinos ilustrados, jóvenes oficiales de la Armada que trajeron mucha gloria a España. La segunda es que, a pesar de sus hazañas, Jorge Juan obtuvo mucho mayor reconocimiento fuera que aquí. En Francia e Inglaterra se le consideraba una luminaria, pero aquí se le hizo poco caso e incluso tuvo problemas con la Inquisición».

Una biografía de Jorge Juan requeriría de varios libros, pero uno de los episodios más significativos tiene lugar a su regreso a España tras lograr una de las mayores hazañas científicas de su tiempo: la medición del meridiano y la comprobación empírica de que la Tierra está achatada en sus polos. Es 1749, y el marqués de la Ensenada quiere convencer a Fernando VI de que que es preciso rearmar la Armada española. «Los ingleses tenían 100 navíos de línea y 200 fragatas –cuenta Calvo Poyato–, mientras que nosotros teníamos 10 navíos de línea y 18 fragatas. Con esa fuerza era imposible mantener el Imperio al otro lado del mar, y Ensenada deduce correctamente que antes o después habrá guerra con el inglés. Su proyecto incluye alcanzar al menos los 60 navíos de línea y las 100 fragatas, para poder enfrentarse en igualdad de condiciones».

Todos sabemos lo que pasaría en Trafalgar, y cómo ese proyecto no acabaría del todo bien. Pero Ensenada, cuando arranca la novela, aún cree en la victoria. Y envía a Jorge Juan a Londres como espía. La excusa es aceptar la invitación de la Royal Society, pues el marino es ahora una celebridad mundial, aunque el verdadero motivo del viaje será otro muy distinto. Ahí arranca una poco conocida y singular aventura que transcurre en bailes de la aristocracia, en las reuniones de los académicos, en visitas al Observatorio de Greenwich… pero también en callejones de los bajos fondos, donde Jorge Juan, disfrazado de librero, bajo el seudónimo de Mister Josues, «buscará información… y otras cosas», añade Calvo Poyato, misterioso. Pues su novela es histórica, pero también un thriller con un pulso narrativo digno de las mejores novelas de intriga. «Si Jorge Juan fuera inglés ya tendría doce películas, documentales, series de televisión… La vida de Jorge Juan permite múltiples aproximaciones».

Decía Jesús García Calero –redactor jefe de cultura de ABC y experto en historia marítima española– en estas mismas páginas que cuando uno se enfrenta a Jorge Juan, no sabe desde qué perspectiva hacerlo, si la del gran militar o la del «sabio español», que es como se le conocía en toda Europa.

Calvo Poyato no ha dudado en ofrecernos en su fabulosa novela «El Espía del Rey» al Jorge Juan más apasionante, al héroe novelesco sumido en intrigas, en tabernas portuarias, en enredos de reyes y cortesanas, pero sin renunciar a la esencia de un personaje histórico imprescindible, cuyo nombre debería resonar con admiración en esta esta esquina del ancho mundo que él se encargó de medir. En esta esquina que es más rica por héroes como él, aunque caigan poco a poco en el olvido. No les contaré qué sucederá con Jorge Juan en Londres, para eso tienen la novela. Pero no duden que les quedará un cierto poso amargo al finalizarla, pues hace bueno el axioma que sobre El Cid se decía: «Qué buen vasallo sería, si tuviese buen señor», frase que podrían recitarnos a todos los españoles al nacer, sin mucho miedo de que la profecía errase.

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